Moscú, 25 jun (PL) Suena el pitazo inicial y la multitud, enardecida, grita hasta perder la voz; el suelo vibra como Pamplona con sus corridas de toros; no estamos en el estadio, no hubo suerte, se agotaron las entradas, hoy toca ver el partido en el FIFA FanFest.
Después de casi media hora en Metro y una pequeña caminata llegamos al lugar, situado estratégicamente en las faldas de la extraordinaria arquitectura de la Universidad de Moscú, la gran capital del imperio ruso, el centro del mundo por estos días de Mundial de fútbol.
Al fondo en el paisaje, como quien no quiere las cosas, todos los hinchas miran con recelo -y un poco de odio- al estadio Luzhniki porque, aunque tiene espacio para 80 mil almas, fue totalmente imposible entrar a sus instalaciones, ni siquiera para admirar la enorme estatua de Vladímir Ilich Uliánov «Lenin» que preside el recinto.
En Moscú impera el calor por estos días, los forasteros curiosos, los fieles al balompié y los nativos visten prendas ligeras. El Fan Fest les abre sus puertas y los invita a pasar un momento mágico, de esos que marcan la vida de la gente por diverso y enriquecedor.
Perú, Argentina, Francia, Japón, Estados Unidos, Brasil, España, Irán, China, Marruecos… hay hinchas de todos lares hablando, increíblemente, el mismo idioma, olvidándose de sus diferencias, que al final no son tan suyas sino de los dueños de sus países, que arman guerras y proponen asedios sin pedir permiso.
Todas esas nacionalidades vagan por el lugar con una sonrisa perenne en su rostro, ayudada obviamente por los grandes e interminables vasos de cerveza Budweiser, la bebida oficial de la Copa del Mundo o como dijo algún ruso desfasado, la Copa de los zares.
Una pantalla gigante de muchos metros por muchos metros, muchísimos metros cuadrados, es el núcleo de la congregación, el centro de la Tierra para esos feligreses de una religión novedosa y ultranacionalista como ella sola: La Iglesia, Mezquita o Sinagoga del Dios Fútbol.
Las voces se compactan y se elevan en una cápsula de audio, los decibeles suben hasta la estratósfera… y el balón rueda, y mueve pasiones, y destapa el fanatismo más extremo en la sien de los miles de seres humanos ahí presentes.
ÂíGooooool! Falta. Injusticia, por favor, por qué no acuden al VAR. Jugadón de fulano. «Orrrside» por milímetros. Atajada de otro planeta. Messi, Messi, Meeesssssiiiiiiii se escucha cantar al fondo… gritan hombres y mujeres, alzan su voz simplemente para soñar, aunque quieren ganar y seguir adelante en el torneo y prolongar su fiesta en tierras rusas.
A esas alturas ya corrieron ríos de cerveza por el organismo de los presentes. Para algunos, literalmente, la pantalla gigante se tambalea y entre risas, sus amigos los torean.
Las cosas son caras pero no tanto, muchos estaban dispuestos a pagar un dineral para ver un partido -cualquiera- de su selección.
Son sus ahorros de mucho tiempo y los dilapidan en su felicidad, que es esa, aunque a veces choque comprar una cerveza en pleno día por casi seis dólares (350 rublos).
Es el Mundial. Ese fenómeno deportivo y socio cultural que cada cuatro años detiene al planeta y abre caminos, crea alianzas a priori imposibles.
El árbitro pita el final del partido. Celebración, jolgorio, abrazos tan fuertes que fracturan columnas vertebrales… lágrimas, llanto irremediable e inconsolable. Cada uno vive -sufre o festeja- según el resultado. Nadie quiere hacer las maletas a casa. Ni un solo fan quiere regresar a su agobiante rutina diaria, sea rico o pobre en su país, empresario o repartidor de pizzas.
Pero el Fan Fest está ahí para repartir alegrías. Nadie, absolutamente nadie se marcha del lugar. Incluso llegan otros, los agraciados, los que pudieron ver el duelo desde las tribunas del estadio, y hacerse fotos y guardar el momento para siempre en sus corazones. Al verlos llegar, algunas almas del Fan Fest padecen envidia de la mala, otras no y sienten satisfacción ajena.
La pantalla gigante quita el fútbol. De un momento a otro puede llegar una estrella mundial para dar un concierto en el gran escenario. Mientras, ponen música grabada y la gente goza, canta o sigue ahogando sus penas. Es totalmente democrático el lugar. Se puede llorar o bailar sin miedo al ridículo, es una vez cada cuatro años.
Los agentes del orden vigilan muy de cerca todo. La seguridad es extraordinaria en estos lugares. No existe espacio para el temor, pese a las campañas desestabilizadoras y agobiantes de algunos, inventadas desde la génesis.
El forastero curioso sigue su vida tranquilo. Mañana será otro día igual de agitado porque Moscú no duerme ni un segundo entre el 14 de junio y el 15 de julio. La marcha de regreso hacia los hoteles o casas de acogida es larga pero la calidad del transporte es tal, que no existe preocupación alguna por ese tema.
Goodbye Fan Fest, see you tomorrow. Au revoir Fan Fest, à demain. Auf Wiedersehen Fan Fest, bis morgen. Adeus Fan Fest, até amanhã. Arrivederci Fan Fest, ci vediamo domani. SayÅ nara fanfesuto, ashita o ai shimashou. Adiós Fan Fest, hasta mañana.
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